
El ejercicio del periodismo en nuestros días se ha banalizado enormemente respecto de décadas anteriores, donde el romanticismo de la profesión implicaba un profundo compromiso con la verdad y con aquellos tópicos cuyos efectos debían ser conocidos por la sociedad. El periodista cumplía el rol, entonces, de formador e informador, mientras que en los tiempos que corren, su función se limita a entretener, informar superficialmente y sobre todo, aumentar las ventas o el consumo – y por ende, el avisaje – del medio en que se desempeña. Hoy en día el periodista tiene como principal objetivo aumentar el tiraje o la sintonía – dependiendo del caso -. Para ello, le es fundamental buscar el conflicto, las noticias sabrosas (que en especial la farándula proporciona) e intervenir los mensajes entregados, para satisfacer así las exigencias que el editor o los auspiciadores imponen a la entrega informativa. Es así como la prensa tiene el poder de construir o destruir la imagen pública, guiándose por criterios comerciales (qué noticia vende más y concita mayor interés por parte del público consumidor) y elevando, por ejemplo, a figuras del espectáculo completamente irrelevantes y carentes de mérito, a la categoría de estrellas. Es capaz de trivializar la política y llevarla hacia la farándula (la relación del diputado Marcelo Díaz con la modelo argentina Amalia Granata, o bien, la forma en que viste o calza la Presidenta Michelle Bachelet), generando de este modo, noticias que en realidad constituyen un circo constante y no aquellas que sí tienen incidencia en los problemas que el público experimenta. El periodismo es también capaz de enaltecer o rebajar determinados movimientos. Un caso es la llamada “revolución pingüina” de principios de 2006, la cual fue presentada a la opinión pública, inicialmente como un despertar en la conciencia social de los jóvenes integrantes. Alabada fue su cohesión y su capacidad de organizarse. El buen vocabulario empleado por los estudiantes y la excelente estructuración de sus discursos dejaron a muchos adultos boquiabiertos, y fue así como el movimiento llegó a su máxima ebullición, contando con el incondicional apoyo del público perceptor de los mensajes. Sin embargo, pronto la prensa decidió que el conflicto se extendía demasiado y ya no había novedad en ello: farandulizó a sus dirigentes (destacando la relación sentimental de César Valenzuela y Karina Delfino en lugar de resaltar sus requerimientos), y expuso a los jóvenes manifestantes a un juicio crítico de la opinión pública. Ya no eran héroes, sino niños malcriados, demasiado exigentes, que pedían imposibles. Y aquella masa que constituyen las audiencias les volvió la espalda, cambiando de lado. Consecuencia de ello es que todo pasa muy rápido en el ejercicio del periodismo chileno, en especial los temas relevantes. No así la farándula. Aún hablamos del fallido matrimonio del crack Iván Zamorano con la modelo María Eugenia Larraín. Es un tema fresco, latente, pese a estar a dos años de los hechos. Es algo de lo que se puede preguntar a cualquier hijo de vecino, de lo cual se conocen todos los detalles. Pero no es de extrañar si no está informado respecto al caso Chiledeportes, una muestra de corrupción inaceptable de parte de organismos estatales, y que involucra el dinero de todos los chilenos, los mismos que están más ocupados consumiendo la basura que la prensa les ofrece. En definitiva, basta darse una vuelta por la sección periódicos de la Biblioteca Nacional para advertir las grandes diferencias entre los medios de antaño y los de hoy. Las Últimas Noticias (LUN) en los ’70, era un medio respetable que incluía notas policiales, políticas y temas de sociedad. Era un diario educativo, informativo. Hoy está rebajado a los líos de alcoba de la modelo de turno, dejando a un lado su función social: informar con seriedad de aquellos temas que sí interesan a las personas. O más bien, que sí les afectan. Este estilo ha sido imitado, en mayor o menor medida, por medios como El Mercurio, La Tercera o La Cuarta. Y son los mismos consumidores quienes empujan a ello, llevando a la quiebra buenas ideas (El Metropolitano), por falta de apoyo. Esto es un reflejo de las grandes falencias que afectan a la prensa en la época actual, y del círculo vicioso del cual, dada la irrupción del comercio y los grandes capitales en el mundo del periodismo, es pretencioso esperar salir en el corto plazo.

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