jueves, 4 de enero de 2007


Quienes hayan tenido el privilegio de viajar en tren subterráneo durante las horas de mayor afluencia de público, entienden perfectamente el tinte de cataclismo que tendrá la entrada en plena vigencia del plan Transantiago. En los llamados “horarios punta”, es imposible actualmente arrojar un alfiler dentro de los vagones sin que alguien resulte dañado. No es poco usual soportar verdaderas filas antes de subir al tranvía, que acarrea seres humanos aplastados unos contra otros y al borde de la sofocación.

La promesa de que con la implementación de lleno del proyecto los usuarios del metro aumentarán, más bien parece una terrible amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas como la espada de Damócles. Si este medio de transporte ya se ve colapsado en el actual sistema, el previsible incremento de pasajeros que lo utilizarán día a día es el equivalente a una amenaza de bomba. Nadie debería extrañarse si cuando llegué el odioso mes de marzo, el caos se apodera de nuestra capital.

Usuarios tan despistados como Arturo Prat en las Guerras Clónicas, que ignoran el nuevo recorrido de los buses, no faltarán. (Incluso, quienes dispongan de tiempo para ello podrán realizar el entretenido ejercicio de contarlos, se sorprenderán). Como consecuencia de ello, optarán por la “comodidad” del tren subterráneo. Y cualquiera puede prever que éste no dará avasto para responder a la demanda, por más que se prepare con suficiente antelación para el gran momento (o al menos, así lo anuncie)

Pero no todo será catastrófico. Los usuarios de los buses ahorraremos el tedioso trabajo de buscar monedas antes de subir a las máquinas (hoy por hoy, es imperdonable no tenerlas a mano). Con ello, además, se garantizará la integridad de los choferes, ya que no dispondrán de un botín codiciado por los amigos de lo ajeno en los sectores conflictivos que incluya su recorrido. Eso sí, el pasajero común y corriente (en particular del Metro) deberá estar con sus sentidos al cien por ciento, ya que estos antisociales encontrarán en las insoportables aglomeraciones el lugar propicio para cometer sus ilícitos. Los automotores también podrán sacar cuentas alegres. Ciertamente, la adquisición de un vehículo es, ante el actual panorama, una cómoda y sabia solución. Es verdad, hay que lidiar con el TAG y las autopistas concesionadas, pero al menos se evitarán con ello las molestias ante señaladas. Siendo las circunstancias lo que son, incluso un monopatín será una compra útil, que garantice un viaje agradable.

martes, 2 de enero de 2007

Bajos instintos


La reciente ejecución del dictador iraquí Saddam Hussein no fue sorpresiva. Era esperable una sentencia semejante hacia quien cometió numerosos crímenes contra la humanidad, entre los que se cuenta la matanza a la población kurda, a través de la utilización de bombas químicas. (Este crédito, compartido con Estados Unidos y otros países de Occidente, que le proveyeron las materias primas para la confección de estas armas letales, pese a que hoy se desentiendan a ese respecto). El otrora aliado del mundo occidental – en su lucha contra el Irán fundamentalista de Ayatolla Komeinhi -, contaba con un nutrido historial de masacres, torturas y arrestos masivos.

Más allá de discutir lo adecuado o no de su condena, resulta curioso analizar cómo es que personajes que han cometido serias violaciones a los DD.HH, logran exacerbar las pasiones de adherentes y detractores de su régimen al momento de su muerte. Sucedió en nuestro país, con el reciente fallecimiento del General (R) Augusto Pinochet. Una figura ya en decadencia - producto de los años y el conocimiento de las cuentas del Riggs -, pareció resurgir como el ave fénix, en gloria y majestad, justo después de su deceso. Tanto para los más fieles defensores de su gobierno, como para sus férreos opositores. Asimismo, Hussein, convertido en un vagabundo acabado que alimentaba a las aves y recogía las hojas del recinto donde estaba recluido despertó las bajas pasiones de aquellos que oprimió, quienes lo humillaron en sus últimos instantes. De igual forma, para muchos islámicos y en especial los sunitas, se trata de un mártir que tuvo la valentía de enfrentar a los infieles de Occidente.

Celebrar el fallecimiento de una persona con champaña y un colorido carnaval en el centro de Santiago no deja de parecer impactante. Tampoco el hecho de grabar la muerte de un sujeto y subirla a un visitado sitio web. O impedir, hostilizaciones de por medio, que un condenado a la horca pase sus últimas horas en paz. Así como también es controvertido no permitirle completar sus oraciones antes de ser ejecutado. Para comprender este tipo de reacciones que en primera lectura resultan escabrosas, es preciso tener en consideración el dolor acumulado por tantos años, entre quienes fueron vejados duramente por estos gobiernos, o bien, perdieron a sus seres más amados. Estos factores nos facilitan un entendimiento, mas no la justificación de estas actitudes. Esto, ya que semejante modo de proceder nos iguala a quienes, sin mostrar huellas de humanidad, dejaron una profunda herida en la fibra de nuestra sociedad.

lunes, 1 de enero de 2007

La prensa chilena en el siglo XXI: ¿involución?


El ejercicio del periodismo en nuestros días se ha banalizado enormemente respecto de décadas anteriores, donde el romanticismo de la profesión implicaba un profundo compromiso con la verdad y con aquellos tópicos cuyos efectos debían ser conocidos por la sociedad. El periodista cumplía el rol, entonces, de formador e informador, mientras que en los tiempos que corren, su función se limita a entretener, informar superficialmente y sobre todo, aumentar las ventas o el consumo – y por ende, el avisaje – del medio en que se desempeña.

Hoy en día el periodista tiene como principal objetivo aumentar el tiraje o la sintonía – dependiendo del caso -. Para ello, le es fundamental buscar el conflicto, las noticias sabrosas (que en especial la farándula proporciona) e intervenir los mensajes entregados, para satisfacer así las exigencias que el editor o los auspiciadores imponen a la entrega informativa.

Es así como la prensa tiene el poder de construir o destruir la imagen pública, guiándose por criterios comerciales (qué noticia vende más y concita mayor interés por parte del público consumidor) y elevando, por ejemplo, a figuras del espectáculo completamente irrelevantes y carentes de mérito, a la categoría de estrellas. Es capaz de trivializar la política y llevarla hacia la farándula (la relación del diputado Marcelo Díaz con la modelo argentina Amalia Granata, o bien, la forma en que viste o calza la Presidenta Michelle Bachelet), generando de este modo, noticias que en realidad constituyen un circo constante y no aquellas que sí tienen incidencia en los problemas que el público experimenta.


El periodismo es también capaz de enaltecer o rebajar determinados movimientos. Un caso es la llamada “revolución pingüina” de principios de 2006, la cual fue presentada a la opinión pública, inicialmente como un despertar en la conciencia social de los jóvenes integrantes. Alabada fue su cohesión y su capacidad de organizarse. El buen vocabulario empleado por los estudiantes y la excelente estructuración de sus discursos dejaron a muchos adultos boquiabiertos, y fue así como el movimiento llegó a su máxima ebullición, contando con el incondicional apoyo del público perceptor de los mensajes. Sin embargo, pronto la prensa decidió que el conflicto se extendía demasiado y ya no había novedad en ello: farandulizó a sus dirigentes (destacando la relación sentimental de César Valenzuela y Karina Delfino en lugar de resaltar sus requerimientos), y expuso a los jóvenes manifestantes a un juicio crítico de la opinión pública. Ya no eran héroes, sino niños malcriados, demasiado exigentes, que pedían imposibles. Y aquella masa que constituyen las audiencias les volvió la espalda, cambiando de lado.


Consecuencia de ello es que todo pasa muy rápido en el ejercicio del periodismo chileno, en especial los temas relevantes. No así la farándula. Aún hablamos del fallido matrimonio del crack Iván Zamorano con la modelo María Eugenia Larraín. Es un tema fresco, latente, pese a estar a dos años de los hechos. Es algo de lo que se puede preguntar a cualquier hijo de vecino, de lo cual se conocen todos los detalles. Pero no es de extrañar si no está informado respecto al caso Chiledeportes, una muestra de corrupción inaceptable de parte de organismos estatales, y que involucra el dinero de todos los chilenos, los mismos que están más ocupados consumiendo la basura que la prensa les ofrece.


En definitiva, basta darse una vuelta por la sección periódicos de la Biblioteca Nacional para advertir las grandes diferencias entre los medios de antaño y los de hoy. Las Últimas Noticias (LUN) en los ’70, era un medio respetable que incluía notas policiales, políticas y temas de sociedad. Era un diario educativo, informativo. Hoy está rebajado a los líos de alcoba de la modelo de turno, dejando a un lado su función social: informar con seriedad de aquellos temas que sí interesan a las personas. O más bien, que sí les afectan. Este estilo ha sido imitado, en mayor o menor medida, por medios como El Mercurio, La Tercera o La Cuarta. Y son los mismos consumidores quienes empujan a ello, llevando a la quiebra buenas ideas (El Metropolitano), por falta de apoyo. Esto es un reflejo de las grandes falencias que afectan a la prensa en la época actual, y del círculo vicioso del cual, dada la irrupción del comercio y los grandes capitales en el mundo del periodismo, es pretencioso esperar salir en el corto plazo.

La prensa chilena en el siglo XXI: ¿involución?


El ejercicio del periodismo en nuestros días se ha banalizado enormemente respecto de décadas anteriores, donde el romanticismo de la profesión implicaba un profundo compromiso con la verdad y con aquellos tópicos cuyos efectos debían ser conocidos por la sociedad. El periodista cumplía el rol, entonces, de formador e informador, mientras que en los tiempos que corren, su función se limita a entretener, informar superficialmente y sobre todo, aumentar las ventas o el consumo – y por ende, el avisaje – del medio en que se desempeña. Hoy en día el periodista tiene como principal objetivo aumentar el tiraje o la sintonía – dependiendo del caso -. Para ello, le es fundamental buscar el conflicto, las noticias sabrosas (que en especial la farándula proporciona) e intervenir los mensajes entregados, para satisfacer así las exigencias que el editor o los auspiciadores imponen a la entrega informativa. Es así como la prensa tiene el poder de construir o destruir la imagen pública, guiándose por criterios comerciales (qué noticia vende más y concita mayor interés por parte del público consumidor) y elevando, por ejemplo, a figuras del espectáculo completamente irrelevantes y carentes de mérito, a la categoría de estrellas. Es capaz de trivializar la política y llevarla hacia la farándula (la relación del diputado Marcelo Díaz con la modelo argentina Amalia Granata, o bien, la forma en que viste o calza la Presidenta Michelle Bachelet), generando de este modo, noticias que en realidad constituyen un circo constante y no aquellas que sí tienen incidencia en los problemas que el público experimenta. El periodismo es también capaz de enaltecer o rebajar determinados movimientos. Un caso es la llamada “revolución pingüina” de principios de 2006, la cual fue presentada a la opinión pública, inicialmente como un despertar en la conciencia social de los jóvenes integrantes. Alabada fue su cohesión y su capacidad de organizarse. El buen vocabulario empleado por los estudiantes y la excelente estructuración de sus discursos dejaron a muchos adultos boquiabiertos, y fue así como el movimiento llegó a su máxima ebullición, contando con el incondicional apoyo del público perceptor de los mensajes. Sin embargo, pronto la prensa decidió que el conflicto se extendía demasiado y ya no había novedad en ello: farandulizó a sus dirigentes (destacando la relación sentimental de César Valenzuela y Karina Delfino en lugar de resaltar sus requerimientos), y expuso a los jóvenes manifestantes a un juicio crítico de la opinión pública. Ya no eran héroes, sino niños malcriados, demasiado exigentes, que pedían imposibles. Y aquella masa que constituyen las audiencias les volvió la espalda, cambiando de lado. Consecuencia de ello es que todo pasa muy rápido en el ejercicio del periodismo chileno, en especial los temas relevantes. No así la farándula. Aún hablamos del fallido matrimonio del crack Iván Zamorano con la modelo María Eugenia Larraín. Es un tema fresco, latente, pese a estar a dos años de los hechos. Es algo de lo que se puede preguntar a cualquier hijo de vecino, de lo cual se conocen todos los detalles. Pero no es de extrañar si no está informado respecto al caso Chiledeportes, una muestra de corrupción inaceptable de parte de organismos estatales, y que involucra el dinero de todos los chilenos, los mismos que están más ocupados consumiendo la basura que la prensa les ofrece. En definitiva, basta darse una vuelta por la sección periódicos de la Biblioteca Nacional para advertir las grandes diferencias entre los medios de antaño y los de hoy. Las Últimas Noticias (LUN) en los ’70, era un medio respetable que incluía notas policiales, políticas y temas de sociedad. Era un diario educativo, informativo. Hoy está rebajado a los líos de alcoba de la modelo de turno, dejando a un lado su función social: informar con seriedad de aquellos temas que sí interesan a las personas. O más bien, que sí les afectan. Este estilo ha sido imitado, en mayor o menor medida, por medios como El Mercurio, La Tercera o La Cuarta. Y son los mismos consumidores quienes empujan a ello, llevando a la quiebra buenas ideas (El Metropolitano), por falta de apoyo. Esto es un reflejo de las grandes falencias que afectan a la prensa en la época actual, y del círculo vicioso del cual, dada la irrupción del comercio y los grandes capitales en el mundo del periodismo, es pretencioso esperar salir en el corto plazo.

Vecinos Astrales: una posibilidad de cambiar nuestro destino


Una interesante posibilidad se abre para los científicos respecto de estudiar los posibles estragos que el efecto invernadero tendrá en nuestro planeta. Así es, tomando en cuenta que nuestros vecinos más cercanos (Venus y Marte) sufren las consecuencias del calentamiento global, por causas que aún se desconocen.

El planeta Venus, visto por los astrónomos como un “gemelo astral” de nuestro planeta, dadas sus similitudes en volumen y masa, presenta condiciones climáticas adversas a la vida humana. Las causas de la problemática que experimenta el cuerpo celeste, conocido por los observadores simples como “lucero de la mañana”, se deben a su atmósfera densa – mucho mayor a la terrícola -, que concentra grandes cantidades de bióxido de carbono (96 %). Este elevado porcentaje genera un fuerte calentamiento global, llevando a la superficie venusiana a presentar temperaturas de más de 460º.

El caso de Marte, pequeño planeta rojizo que ha inspirado en los escritores contemporáneos las más fantásticas aventuras, es distinto, ya que su atmósfera es considerablemente menos densa que la de nuestro planeta. Su reducida fuerza de gravedad haría imposible que se repitiera el caso de Venus. No obstante, su mínima cantidad de bióxido de carbono está congelada en el suelo y su temperatura promedio es de poco menos de 50º.

No obstante ello, en la conferencia “La física y la biología para hacer Marte habitable” patrocinada en 2001 por la NASA, especialistas plantean soluciones que permitan hacer la atmósfera del cuarto planeta más amable con la vida humana. Para ello, curiosamente, se requerirían los mismos gases que actualmente preocupan en la actualidad, aquellos que están provocado el tan temido calentamiento global en la Tierra, nuestro hogar.

Al inyectar suficientes gases en la atmósfera marciana, a fin de crear un efecto invernadero imparable, Marte evaporaría el bióxido de carbono atrapado en hielos, y estos gases contribuirían a mantener el planeta caliente.


Sin embargo, esto no es garantía de que el planeta pudiera acoger en un futuro a la humanidad, ya que no existe ninguna certeza de que se caliente lo suficiente. Se desconoce la cantidad de bióxido de carbono presente en la superficie, y por tanto, cuánto se debe calentar Marte para que lo llegue a liberar.

Margarita Marinova - estudiante universitaria del MIT, referida en la página ciencia.nasa.gov - cree tener respuesta a esta encrucijada, planteando el uso de perfluorucarbonos (PFC’s). Estos son gases súper invernadero, es decir, con pocos de ellos se puede calentar mucho. Tienen larga duración, lo que podría provocar serios problemas en la Tierra, pero que en Marte puede generar efectos positivos. Además, los PFC’s no ocasionan daños a organismos vivos.

Cabe destacar que el efecto invernadero tiene su origen en fenómenos naturales: la luz del Sol que alcanza los planetas es visible y ultravioleta. El planeta absorbe esta energía solar y la irradia de regreso a la atmósfera en forma de radiación infrarroja. Si hay presencia de numerosos gases (sean naturales o producidos por el hombre) en la superficie planetaria, estos la atrapan, trabajando como una capa aislante e impidiendo su regreso al espacio.

El calentamiento global por causa de este efecto podría causar estragos en nuestro planeta y en nuestro modo de vida. Es por ello que resulta fundamental la búsqueda de soluciones para frenar este problema. Si es posible utilizar el caso de nuestros vecinos y revertir los daños que estos mismos padecen por esta causa, habremos avanzado en la búsqueda de medidas de contención. Y, por último, tendremos la posibilidad – fantástica, pero no por ello irreal – de “limpiar” un planeta que nos albergue ante una eventual hecatombe.

Necesitamos creer


Lencería amarilla, lentejas cocidas, comer uvas a medianoche, velas multicolores: son sólo algunas de las múltiples cábalas con que los chilenos, y en general, los habitantes del planeta Tierra esperan buenaventuras para el transcurso de un nuevo ciclo. Aquél que se inicia tras las doce campanadas que señalan la llegada del Año Nuevo.

Encontrar el amor o consolidar alguna relación ya existente son deseos que se repiten, al igual que tener salud, que no falte el trabajo y que el dinero no escasee. Otros sueñan con viajar, para lo cual están dispuestos incluso a tomar su maleta y sacarla a pasear por la manzana, precisamente a la hora en que todos se abrazan.

Las cábalas de Año Nuevo son una tradición que data del siglo XVII, traída por los españoles hasta nuestro continente. En aquel entonces, la Alameda de las Delicias se transformaba en una fiesta multicolor, con ramadas donde no faltaba el ponche, el pavo, y los comensales vestían sus mejores prendas para la ocasión. Infaltable resultaba entonces, la práctica de algunos ritos destinados a llamar a la buena fortuna.

Cuatro siglos después, estos ritos no han perdido fuerza y se complementan con otros, que han surgido en el tiempo. Encender inciensos que llaman al amor, la pasión, la salud, la paz y la alegría es una práctica cada vez más habitual en vísperas de un nuevo año. Poner oro en la copa de champaña garantizaría éxito y prosperidad, o bien, matrimonio. Escribir en una hoja lo negativo del ciclo saliente y luego quemarla, limpiaría el aura, permitiendo iniciar un nuevo periodo ya sin karmas.

Lo cierto es que, independiente de la efectividad o no de estas creencias populares, un año que se inicia constituye una inyección de energía, optimismo y esperanza que se respiran en el ambiente. Es la instancia para revisar lo que se ha vivido, y plantearse metas para los días que vendrán. Es el cierre de un ciclo, que pudo ser o no favorable, para comenzar otro. La oportunidad natural para analizar nuestras vidas y evaluar la satisfacción que éstas nos reportan; si se está en el camino correcto, y si no es así, cambiar el rumbo. Es el renacer nuestro de cada año.

Puede parecer insólito que el simple hecho de cambiar una cifra, un número, en nuestro calendario, represente para la gran mayoría de los terrícolas, un renacer. Pero el paso de un 31 de diciembre a un 1 de enero suele tener esa mística. Para ello nos acompañamos de estas cábalas. Son ritos que nos ayudan a creer. Necesitamos creer, necesitamos soñar. Necesitamos de ello para sentir que tenemos las riendas, las condiciones, las estrellas de nuestra parte, para hacer del nuevo periodo un tiempo maravilloso. Y es quizás esa misma energía la que incidirá mayormente en los eventuales logros. La fuerza de la fe, más allá de la ayuda que nos den las velas, los inciensos, las lentejas o las uvas. Creyendo, somos capaces de cualquier cosa. En definitiva, es un cambio de actitud lo que nos hace poderosos. Ese es el primer paso para la construcción de un nuevo destino.