
Quienes hayan tenido el privilegio de viajar en tren subterráneo durante las horas de mayor afluencia de público, entienden perfectamente el tinte de cataclismo que tendrá la entrada en plena vigencia del plan Transantiago. En los llamados “horarios punta”, es imposible actualmente arrojar un alfiler dentro de los vagones sin que alguien resulte dañado. No es poco usual soportar verdaderas filas antes de subir al tranvía, que acarrea seres humanos aplastados unos contra otros y al borde de la sofocación.
La promesa de que con la implementación de lleno del proyecto los usuarios del metro aumentarán, más bien parece una terrible amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas como la espada de Damócles. Si este medio de transporte ya se ve colapsado en el actual sistema, el previsible incremento de pasajeros que lo utilizarán día a día es el equivalente a una amenaza de bomba. Nadie debería extrañarse si cuando llegué el odioso mes de marzo, el caos se apodera de nuestra capital.
Usuarios tan despistados como Arturo Prat en las Guerras Clónicas, que ignoran el nuevo recorrido de los buses, no faltarán. (Incluso, quienes dispongan de tiempo para ello podrán realizar el entretenido ejercicio de contarlos, se sorprenderán). Como consecuencia de ello, optarán por la “comodidad” del tren subterráneo. Y cualquiera puede prever que éste no dará avasto para responder a la demanda, por más que se prepare con suficiente antelación para el gran momento (o al menos, así lo anuncie)
La promesa de que con la implementación de lleno del proyecto los usuarios del metro aumentarán, más bien parece una terrible amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas como la espada de Damócles. Si este medio de transporte ya se ve colapsado en el actual sistema, el previsible incremento de pasajeros que lo utilizarán día a día es el equivalente a una amenaza de bomba. Nadie debería extrañarse si cuando llegué el odioso mes de marzo, el caos se apodera de nuestra capital.
Usuarios tan despistados como Arturo Prat en las Guerras Clónicas, que ignoran el nuevo recorrido de los buses, no faltarán. (Incluso, quienes dispongan de tiempo para ello podrán realizar el entretenido ejercicio de contarlos, se sorprenderán). Como consecuencia de ello, optarán por la “comodidad” del tren subterráneo. Y cualquiera puede prever que éste no dará avasto para responder a la demanda, por más que se prepare con suficiente antelación para el gran momento (o al menos, así lo anuncie)
Pero no todo será catastrófico. Los usuarios de los buses ahorraremos el tedioso trabajo de buscar monedas antes de subir a las máquinas (hoy por hoy, es imperdonable no tenerlas a mano). Con ello, además, se garantizará la integridad de los choferes, ya que no dispondrán de un botín codiciado por los amigos de lo ajeno en los sectores conflictivos que incluya su recorrido. Eso sí, el pasajero común y corriente (en particular del Metro) deberá estar con sus sentidos al cien por ciento, ya que estos antisociales encontrarán en las insoportables aglomeraciones el lugar propicio para cometer sus ilícitos. Los automotores también podrán sacar cuentas alegres. Ciertamente, la adquisición de un vehículo es, ante el actual panorama, una cómoda y sabia solución. Es verdad, hay que lidiar con el TAG y las autopistas concesionadas, pero al menos se evitarán con ello las molestias ante señaladas. Siendo las circunstancias lo que son, incluso un monopatín será una compra útil, que garantice un viaje agradable.




