martes, 27 de mayo de 2008

"Puente Asalto" y "Rascagena": víctimas de un periodismo deficiente


Tuve la posibilidad, tiempo atrás, de trabajar en la hermosa comuna de Puente Alto. Y me enamoré de sus calles, de su aire fresco de cordillera, de algunas de las hermosas villas que circundan la estación Las Mercedes. Allí realicé mi examen de conducir – clase B – teniendo, por ende, la oportunidad de transitar por sus barrios y admirar la belleza de una comuna que más bien parece una ciudad independiente de la capital que integra.


Me habían mencionado aquel cruel juego de palabras, que pretende representarla como un lugar inhóspito: Puente Asalto. Cuando las visitas a esta localidad se hicieron algo cotidiano, casi como un segundo hogar, no fui víctima de ningún asalto. Me provoca más temor transitar por Las Condes o Providencia, por los terminales de buses – donde sufrí el robo de un celular recién comprado – o por el centro de Santiago, sitios en donde los ladrones saben que pueden encontrar incautos portadores de objetos valiosos. En Puente Alto, en cambio, encontré gente de esfuerzo. Clase media; ni tan sencilla, ni tan escopetada. Personas agradables. Nada que difiriera demasiado de mi natal Santiago Centro, ni tampoco de la cada vez más populosa Providencia.


Fui advertida de que las razones que presuntamente justificaban el estigma. Estas son, ni más ni menos, que las mismas que aquejan a otras comunas: ciertas poblaciones, como El Volcán, Nocedal, Carol Urzúa y Bajos de Mena experimentan aquel flagelo social que es el consumo de estupefacientes, mismo que gatilla otras problemáticas, como la delincuencia. Sin embargo, ¿qué pasa con los campamentos de Las Condes o Peñalolén Alto? ¿Qué hay de los barrios pobres de Estación Central?, ¿Acaso no es lo mismo en los alrededores de la Penitenciaría de Santiago? ¿Qué dicen los vecinos del Barrio Universitario? ¿Qué pasa con los cités? ¿Puede alguna comuna ostentar que la delincuencia está controlada? Sinceramente, ninguna.


Con aquello de “Puente Asalto”, queda de manifiesto que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Y en el caso de Chilevisión, que tituló así uno de sus reportajes, está clara la importancia de que un periodista sepa tratar sus materias en forma adecuada. Dada la premura y las exigencias del editor, se cae en este tipo de errores, que tan caros han costado a hermosos parajes como Cartagena y ahora Puente Alto. Y aquello no contribuye a solucionar los problemas que originaron el estigma, sino a acentuarlos. Y así como se cuestiona la idoneidad de vivir o trabajar en dichos sitios, alguien que hilase más fino bien podría cuestionar la capacidad profesional del reportero autor de la infamia. Un comunicador que, dificulto se haya dado el trabajo de conocer en Cartagena Villa Lucía, las Viñas, Caleta Vieja o los Palacios y en Puente Alto, Las Vizcachas, el Shopping y las razones por las cuales es una de las comunas con mayor auge en el tema inmobiliario.

sábado, 29 de septiembre de 2007

La cesantía en una sociedad limitante


Quienes hayan pasado ya por la hermosa experiencia universitaria, estarán en perfecto conocimiento de todos los pro y contras que ello implica. Para poder ingresar a estas aulas es necesario contar con recursos suficientes, que permitan costear la obtención del tan ansiado título profesional. Una vez dentro, con esfuerzo, vía crédito, ahorros de por vida, regalo de los padres o lo que sea, viene la segunda parte de la sacrificada vida del estudiante: atender en clases, repasar contenidos y realizar trabajos para profesores que piensan que su cátedra es la única preocupación de sus alumnos.

Muchos universitarios priorizan sus estudios, al tiempo que otros los combinan con trabajo. Gran esfuerzo para los segundos, que enfrentan sus años académicos con altos niveles de estrés y, por lo general, notas que no les satisfacen. Los primeros, en tanto, gozan de mejores calificaciones, por cuanto tienen el tiempo necesario para dedicar a cada cátedra; sin embargo, a la hora de buscar empleo, esto no sirve de nada: la requerida experiencia echa por tierra buenos rendimientos, años de inversiones y grandes talentos, imposibilitando la obtención del mentado tópico, imperdonable para el ingreso al mercado laboral.

Es lamentable, pero estamos inmersos en un modelo tendiente al estancamiento; una sociedad en que la mediocridad es requisito para la subsistencia. La ideología del "pituto", el contacto o la cuña son una triste muestra de que basta ser simpático para progresar. Ninguna otra cosa. En una sociedad mediocre, los genios no tienen cabida; cualquier intento por surgir se ve reprimido por una barata burocracia. Y a nuestras autoridades no parece preocuparles.

¿Qué queda entonces? Años de estudios en el tacho de la basura, que ni siquiera sirven para vender comida rápida. Sólo para ofrecer productos dietéticos milagrosos o telefonía móvil, y vivir de la comisión por la venta de una unidad. Esto, siempre y cuando, se haya alcanzado el mínimo exigido por la empresa contratante.

domingo, 22 de abril de 2007


Las reformas a la Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza, LOCE, y la conmutación de esta en la nueva Ley General de Educación (LGE) han suscitado un fuerte debate en torno a dos polémicos puntos: el fin del lucro y de la selección por mérito. Este último constituiría una verdadera estocada en el corazón a los llamados “establecimientos de excelencia”, ya que no podrán escoger entre los postulantes a quienes posean una preparación óptima para enfrentar sus altas exigencias.

Es indudable que una selección por vía de lista ciega o azar resulta tremendamente injusta para quienes se esfuerzan en pro de conseguir una mejor educación. Podría beneficiar a quienes no manifiestan interés en el aprendizaje y crecimiento personal, ya que se verían dentro de los centros estudiantiles más prestigiosos de la nación sin tener mérito para ello. Peor aún, se incrementaría el porcentaje de repitencia en los primeros años y es más, estos malos elementos eventualmente perjudicarían el progreso educativo de sus compañeros mejor preparados. Quizás estos colegios emblemáticos debieran bajar sus exigencias para contrarrestar los ya mentados efectos, lo que a todas luces llevaría a una nivelación de la educación, pero hacia abajo. Y eso es lo que ninguno de los chilenos, preocupados de superarse y de un mejor futuro para la patria y nuestros hijos, desea que pase.


Es cierto que discriminar por raza, clase social o condición civil de los padres es algo inaceptable. No obstante, la exigencia de un rendimiento mínimo para ingresar a establecimientos - como el Instituto Nacional, Liceo Lastarria o Carmela Carvajal - no sólo es justa, sino además necesaria, ya que en dichos colegios la demanda quintuplica la oferta. Por ende, que fuese seleccionado el pinganilla cuyo único leit motiv es arrojar piedras en cuanta protesta se organice, en desmedro de aquel que con esfuerzo dedica cuatro horas diarias a estudiar, para así surgir, sería más que arbitrario. Además, al no haber transparencia en el procedimiento para escoger a los alumnos, nada asegura que no vaya a predominar el amiguismo como criterio. Entonces, el que carezca de un “pituto” en el colegio de su interés, verá sus posibilidades tristemente disminuidas.

Ya que esta medida se justifica esgrimiendo la “igualdad” como caballito de batalla, podría ocurrir que nuestro brillante gobierno quisiera incrementar la equidad en su propuesta, eliminando la selección para acceder a la educación superior estatal. Así, las familias ahorrarían el dinero desembolsado en pagar la PSU y costosos preuniversitarios para prepararla, lo que podría interpretarse como un gran espaldarazo a los chilenos de escasos recursos. ¿Sería esta la solución? ¿Incrementaría la calidad al servicio educacional? La respuesta es no.

La solución pasa más bien por potenciar a los establecimientos educacionales de excelencia, y hacer que todos ofrezcan un servicio parecido. Que a nivel de país, nuestros colegios cuenten con buenos docentes y adecuada infraestructura. Esto terminaría per se con la selección, con el exceso de demanda ante poca oferta, ya que la enseñanza sería óptima sin importar el establecimiento al que se acceda. No por enviar a un alumno brillante a un colegio mediocre es que las manzanas podridas se contagiarán de lozanía. Bien pudiera ocurrir lo contrario. Si se pretende avanzar, no se deben maquillar los problemas, sino afrontarlos y conducirlos de buena manera.
Es de esperar que la nefasta idea de acabar con la selección sea modificada, por el bien de todos quienes, con el incentivo de quedar en un colegio de excelencia, se empeñan día a día en superarse. Y también por el bien de quienes no se interesan, ya que así podrán aprender la importante lección de que en la vida, si no se tienen contactos, sólo hay movilidad social gracias a la meritocracia.

jueves, 4 de enero de 2007


Quienes hayan tenido el privilegio de viajar en tren subterráneo durante las horas de mayor afluencia de público, entienden perfectamente el tinte de cataclismo que tendrá la entrada en plena vigencia del plan Transantiago. En los llamados “horarios punta”, es imposible actualmente arrojar un alfiler dentro de los vagones sin que alguien resulte dañado. No es poco usual soportar verdaderas filas antes de subir al tranvía, que acarrea seres humanos aplastados unos contra otros y al borde de la sofocación.

La promesa de que con la implementación de lleno del proyecto los usuarios del metro aumentarán, más bien parece una terrible amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas como la espada de Damócles. Si este medio de transporte ya se ve colapsado en el actual sistema, el previsible incremento de pasajeros que lo utilizarán día a día es el equivalente a una amenaza de bomba. Nadie debería extrañarse si cuando llegué el odioso mes de marzo, el caos se apodera de nuestra capital.

Usuarios tan despistados como Arturo Prat en las Guerras Clónicas, que ignoran el nuevo recorrido de los buses, no faltarán. (Incluso, quienes dispongan de tiempo para ello podrán realizar el entretenido ejercicio de contarlos, se sorprenderán). Como consecuencia de ello, optarán por la “comodidad” del tren subterráneo. Y cualquiera puede prever que éste no dará avasto para responder a la demanda, por más que se prepare con suficiente antelación para el gran momento (o al menos, así lo anuncie)

Pero no todo será catastrófico. Los usuarios de los buses ahorraremos el tedioso trabajo de buscar monedas antes de subir a las máquinas (hoy por hoy, es imperdonable no tenerlas a mano). Con ello, además, se garantizará la integridad de los choferes, ya que no dispondrán de un botín codiciado por los amigos de lo ajeno en los sectores conflictivos que incluya su recorrido. Eso sí, el pasajero común y corriente (en particular del Metro) deberá estar con sus sentidos al cien por ciento, ya que estos antisociales encontrarán en las insoportables aglomeraciones el lugar propicio para cometer sus ilícitos. Los automotores también podrán sacar cuentas alegres. Ciertamente, la adquisición de un vehículo es, ante el actual panorama, una cómoda y sabia solución. Es verdad, hay que lidiar con el TAG y las autopistas concesionadas, pero al menos se evitarán con ello las molestias ante señaladas. Siendo las circunstancias lo que son, incluso un monopatín será una compra útil, que garantice un viaje agradable.

martes, 2 de enero de 2007

Bajos instintos


La reciente ejecución del dictador iraquí Saddam Hussein no fue sorpresiva. Era esperable una sentencia semejante hacia quien cometió numerosos crímenes contra la humanidad, entre los que se cuenta la matanza a la población kurda, a través de la utilización de bombas químicas. (Este crédito, compartido con Estados Unidos y otros países de Occidente, que le proveyeron las materias primas para la confección de estas armas letales, pese a que hoy se desentiendan a ese respecto). El otrora aliado del mundo occidental – en su lucha contra el Irán fundamentalista de Ayatolla Komeinhi -, contaba con un nutrido historial de masacres, torturas y arrestos masivos.

Más allá de discutir lo adecuado o no de su condena, resulta curioso analizar cómo es que personajes que han cometido serias violaciones a los DD.HH, logran exacerbar las pasiones de adherentes y detractores de su régimen al momento de su muerte. Sucedió en nuestro país, con el reciente fallecimiento del General (R) Augusto Pinochet. Una figura ya en decadencia - producto de los años y el conocimiento de las cuentas del Riggs -, pareció resurgir como el ave fénix, en gloria y majestad, justo después de su deceso. Tanto para los más fieles defensores de su gobierno, como para sus férreos opositores. Asimismo, Hussein, convertido en un vagabundo acabado que alimentaba a las aves y recogía las hojas del recinto donde estaba recluido despertó las bajas pasiones de aquellos que oprimió, quienes lo humillaron en sus últimos instantes. De igual forma, para muchos islámicos y en especial los sunitas, se trata de un mártir que tuvo la valentía de enfrentar a los infieles de Occidente.

Celebrar el fallecimiento de una persona con champaña y un colorido carnaval en el centro de Santiago no deja de parecer impactante. Tampoco el hecho de grabar la muerte de un sujeto y subirla a un visitado sitio web. O impedir, hostilizaciones de por medio, que un condenado a la horca pase sus últimas horas en paz. Así como también es controvertido no permitirle completar sus oraciones antes de ser ejecutado. Para comprender este tipo de reacciones que en primera lectura resultan escabrosas, es preciso tener en consideración el dolor acumulado por tantos años, entre quienes fueron vejados duramente por estos gobiernos, o bien, perdieron a sus seres más amados. Estos factores nos facilitan un entendimiento, mas no la justificación de estas actitudes. Esto, ya que semejante modo de proceder nos iguala a quienes, sin mostrar huellas de humanidad, dejaron una profunda herida en la fibra de nuestra sociedad.

lunes, 1 de enero de 2007

La prensa chilena en el siglo XXI: ¿involución?


El ejercicio del periodismo en nuestros días se ha banalizado enormemente respecto de décadas anteriores, donde el romanticismo de la profesión implicaba un profundo compromiso con la verdad y con aquellos tópicos cuyos efectos debían ser conocidos por la sociedad. El periodista cumplía el rol, entonces, de formador e informador, mientras que en los tiempos que corren, su función se limita a entretener, informar superficialmente y sobre todo, aumentar las ventas o el consumo – y por ende, el avisaje – del medio en que se desempeña.

Hoy en día el periodista tiene como principal objetivo aumentar el tiraje o la sintonía – dependiendo del caso -. Para ello, le es fundamental buscar el conflicto, las noticias sabrosas (que en especial la farándula proporciona) e intervenir los mensajes entregados, para satisfacer así las exigencias que el editor o los auspiciadores imponen a la entrega informativa.

Es así como la prensa tiene el poder de construir o destruir la imagen pública, guiándose por criterios comerciales (qué noticia vende más y concita mayor interés por parte del público consumidor) y elevando, por ejemplo, a figuras del espectáculo completamente irrelevantes y carentes de mérito, a la categoría de estrellas. Es capaz de trivializar la política y llevarla hacia la farándula (la relación del diputado Marcelo Díaz con la modelo argentina Amalia Granata, o bien, la forma en que viste o calza la Presidenta Michelle Bachelet), generando de este modo, noticias que en realidad constituyen un circo constante y no aquellas que sí tienen incidencia en los problemas que el público experimenta.


El periodismo es también capaz de enaltecer o rebajar determinados movimientos. Un caso es la llamada “revolución pingüina” de principios de 2006, la cual fue presentada a la opinión pública, inicialmente como un despertar en la conciencia social de los jóvenes integrantes. Alabada fue su cohesión y su capacidad de organizarse. El buen vocabulario empleado por los estudiantes y la excelente estructuración de sus discursos dejaron a muchos adultos boquiabiertos, y fue así como el movimiento llegó a su máxima ebullición, contando con el incondicional apoyo del público perceptor de los mensajes. Sin embargo, pronto la prensa decidió que el conflicto se extendía demasiado y ya no había novedad en ello: farandulizó a sus dirigentes (destacando la relación sentimental de César Valenzuela y Karina Delfino en lugar de resaltar sus requerimientos), y expuso a los jóvenes manifestantes a un juicio crítico de la opinión pública. Ya no eran héroes, sino niños malcriados, demasiado exigentes, que pedían imposibles. Y aquella masa que constituyen las audiencias les volvió la espalda, cambiando de lado.


Consecuencia de ello es que todo pasa muy rápido en el ejercicio del periodismo chileno, en especial los temas relevantes. No así la farándula. Aún hablamos del fallido matrimonio del crack Iván Zamorano con la modelo María Eugenia Larraín. Es un tema fresco, latente, pese a estar a dos años de los hechos. Es algo de lo que se puede preguntar a cualquier hijo de vecino, de lo cual se conocen todos los detalles. Pero no es de extrañar si no está informado respecto al caso Chiledeportes, una muestra de corrupción inaceptable de parte de organismos estatales, y que involucra el dinero de todos los chilenos, los mismos que están más ocupados consumiendo la basura que la prensa les ofrece.


En definitiva, basta darse una vuelta por la sección periódicos de la Biblioteca Nacional para advertir las grandes diferencias entre los medios de antaño y los de hoy. Las Últimas Noticias (LUN) en los ’70, era un medio respetable que incluía notas policiales, políticas y temas de sociedad. Era un diario educativo, informativo. Hoy está rebajado a los líos de alcoba de la modelo de turno, dejando a un lado su función social: informar con seriedad de aquellos temas que sí interesan a las personas. O más bien, que sí les afectan. Este estilo ha sido imitado, en mayor o menor medida, por medios como El Mercurio, La Tercera o La Cuarta. Y son los mismos consumidores quienes empujan a ello, llevando a la quiebra buenas ideas (El Metropolitano), por falta de apoyo. Esto es un reflejo de las grandes falencias que afectan a la prensa en la época actual, y del círculo vicioso del cual, dada la irrupción del comercio y los grandes capitales en el mundo del periodismo, es pretencioso esperar salir en el corto plazo.

La prensa chilena en el siglo XXI: ¿involución?


El ejercicio del periodismo en nuestros días se ha banalizado enormemente respecto de décadas anteriores, donde el romanticismo de la profesión implicaba un profundo compromiso con la verdad y con aquellos tópicos cuyos efectos debían ser conocidos por la sociedad. El periodista cumplía el rol, entonces, de formador e informador, mientras que en los tiempos que corren, su función se limita a entretener, informar superficialmente y sobre todo, aumentar las ventas o el consumo – y por ende, el avisaje – del medio en que se desempeña. Hoy en día el periodista tiene como principal objetivo aumentar el tiraje o la sintonía – dependiendo del caso -. Para ello, le es fundamental buscar el conflicto, las noticias sabrosas (que en especial la farándula proporciona) e intervenir los mensajes entregados, para satisfacer así las exigencias que el editor o los auspiciadores imponen a la entrega informativa. Es así como la prensa tiene el poder de construir o destruir la imagen pública, guiándose por criterios comerciales (qué noticia vende más y concita mayor interés por parte del público consumidor) y elevando, por ejemplo, a figuras del espectáculo completamente irrelevantes y carentes de mérito, a la categoría de estrellas. Es capaz de trivializar la política y llevarla hacia la farándula (la relación del diputado Marcelo Díaz con la modelo argentina Amalia Granata, o bien, la forma en que viste o calza la Presidenta Michelle Bachelet), generando de este modo, noticias que en realidad constituyen un circo constante y no aquellas que sí tienen incidencia en los problemas que el público experimenta. El periodismo es también capaz de enaltecer o rebajar determinados movimientos. Un caso es la llamada “revolución pingüina” de principios de 2006, la cual fue presentada a la opinión pública, inicialmente como un despertar en la conciencia social de los jóvenes integrantes. Alabada fue su cohesión y su capacidad de organizarse. El buen vocabulario empleado por los estudiantes y la excelente estructuración de sus discursos dejaron a muchos adultos boquiabiertos, y fue así como el movimiento llegó a su máxima ebullición, contando con el incondicional apoyo del público perceptor de los mensajes. Sin embargo, pronto la prensa decidió que el conflicto se extendía demasiado y ya no había novedad en ello: farandulizó a sus dirigentes (destacando la relación sentimental de César Valenzuela y Karina Delfino en lugar de resaltar sus requerimientos), y expuso a los jóvenes manifestantes a un juicio crítico de la opinión pública. Ya no eran héroes, sino niños malcriados, demasiado exigentes, que pedían imposibles. Y aquella masa que constituyen las audiencias les volvió la espalda, cambiando de lado. Consecuencia de ello es que todo pasa muy rápido en el ejercicio del periodismo chileno, en especial los temas relevantes. No así la farándula. Aún hablamos del fallido matrimonio del crack Iván Zamorano con la modelo María Eugenia Larraín. Es un tema fresco, latente, pese a estar a dos años de los hechos. Es algo de lo que se puede preguntar a cualquier hijo de vecino, de lo cual se conocen todos los detalles. Pero no es de extrañar si no está informado respecto al caso Chiledeportes, una muestra de corrupción inaceptable de parte de organismos estatales, y que involucra el dinero de todos los chilenos, los mismos que están más ocupados consumiendo la basura que la prensa les ofrece. En definitiva, basta darse una vuelta por la sección periódicos de la Biblioteca Nacional para advertir las grandes diferencias entre los medios de antaño y los de hoy. Las Últimas Noticias (LUN) en los ’70, era un medio respetable que incluía notas policiales, políticas y temas de sociedad. Era un diario educativo, informativo. Hoy está rebajado a los líos de alcoba de la modelo de turno, dejando a un lado su función social: informar con seriedad de aquellos temas que sí interesan a las personas. O más bien, que sí les afectan. Este estilo ha sido imitado, en mayor o menor medida, por medios como El Mercurio, La Tercera o La Cuarta. Y son los mismos consumidores quienes empujan a ello, llevando a la quiebra buenas ideas (El Metropolitano), por falta de apoyo. Esto es un reflejo de las grandes falencias que afectan a la prensa en la época actual, y del círculo vicioso del cual, dada la irrupción del comercio y los grandes capitales en el mundo del periodismo, es pretencioso esperar salir en el corto plazo.