domingo, 22 de abril de 2007


Las reformas a la Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza, LOCE, y la conmutación de esta en la nueva Ley General de Educación (LGE) han suscitado un fuerte debate en torno a dos polémicos puntos: el fin del lucro y de la selección por mérito. Este último constituiría una verdadera estocada en el corazón a los llamados “establecimientos de excelencia”, ya que no podrán escoger entre los postulantes a quienes posean una preparación óptima para enfrentar sus altas exigencias.

Es indudable que una selección por vía de lista ciega o azar resulta tremendamente injusta para quienes se esfuerzan en pro de conseguir una mejor educación. Podría beneficiar a quienes no manifiestan interés en el aprendizaje y crecimiento personal, ya que se verían dentro de los centros estudiantiles más prestigiosos de la nación sin tener mérito para ello. Peor aún, se incrementaría el porcentaje de repitencia en los primeros años y es más, estos malos elementos eventualmente perjudicarían el progreso educativo de sus compañeros mejor preparados. Quizás estos colegios emblemáticos debieran bajar sus exigencias para contrarrestar los ya mentados efectos, lo que a todas luces llevaría a una nivelación de la educación, pero hacia abajo. Y eso es lo que ninguno de los chilenos, preocupados de superarse y de un mejor futuro para la patria y nuestros hijos, desea que pase.


Es cierto que discriminar por raza, clase social o condición civil de los padres es algo inaceptable. No obstante, la exigencia de un rendimiento mínimo para ingresar a establecimientos - como el Instituto Nacional, Liceo Lastarria o Carmela Carvajal - no sólo es justa, sino además necesaria, ya que en dichos colegios la demanda quintuplica la oferta. Por ende, que fuese seleccionado el pinganilla cuyo único leit motiv es arrojar piedras en cuanta protesta se organice, en desmedro de aquel que con esfuerzo dedica cuatro horas diarias a estudiar, para así surgir, sería más que arbitrario. Además, al no haber transparencia en el procedimiento para escoger a los alumnos, nada asegura que no vaya a predominar el amiguismo como criterio. Entonces, el que carezca de un “pituto” en el colegio de su interés, verá sus posibilidades tristemente disminuidas.

Ya que esta medida se justifica esgrimiendo la “igualdad” como caballito de batalla, podría ocurrir que nuestro brillante gobierno quisiera incrementar la equidad en su propuesta, eliminando la selección para acceder a la educación superior estatal. Así, las familias ahorrarían el dinero desembolsado en pagar la PSU y costosos preuniversitarios para prepararla, lo que podría interpretarse como un gran espaldarazo a los chilenos de escasos recursos. ¿Sería esta la solución? ¿Incrementaría la calidad al servicio educacional? La respuesta es no.

La solución pasa más bien por potenciar a los establecimientos educacionales de excelencia, y hacer que todos ofrezcan un servicio parecido. Que a nivel de país, nuestros colegios cuenten con buenos docentes y adecuada infraestructura. Esto terminaría per se con la selección, con el exceso de demanda ante poca oferta, ya que la enseñanza sería óptima sin importar el establecimiento al que se acceda. No por enviar a un alumno brillante a un colegio mediocre es que las manzanas podridas se contagiarán de lozanía. Bien pudiera ocurrir lo contrario. Si se pretende avanzar, no se deben maquillar los problemas, sino afrontarlos y conducirlos de buena manera.
Es de esperar que la nefasta idea de acabar con la selección sea modificada, por el bien de todos quienes, con el incentivo de quedar en un colegio de excelencia, se empeñan día a día en superarse. Y también por el bien de quienes no se interesan, ya que así podrán aprender la importante lección de que en la vida, si no se tienen contactos, sólo hay movilidad social gracias a la meritocracia.

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