
Quienes hayan pasado ya por la hermosa experiencia universitaria, estarán en perfecto conocimiento de todos los pro y contras que ello implica. Para poder ingresar a estas aulas es necesario contar con recursos suficientes, que permitan costear la obtención del tan ansiado título profesional. Una vez dentro, con esfuerzo, vía crédito, ahorros de por vida, regalo de los padres o lo que sea, viene la segunda parte de la sacrificada vida del estudiante: atender en clases, repasar contenidos y realizar trabajos para profesores que piensan que su cátedra es la única preocupación de sus alumnos.
Muchos universitarios priorizan sus estudios, al tiempo que otros los combinan con trabajo. Gran esfuerzo para los segundos, que enfrentan sus años académicos con altos niveles de estrés y, por lo general, notas que no les satisfacen. Los primeros, en tanto, gozan de mejores calificaciones, por cuanto tienen el tiempo necesario para dedicar a cada cátedra; sin embargo, a la hora de buscar empleo, esto no sirve de nada: la requerida experiencia echa por tierra buenos rendimientos, años de inversiones y grandes talentos, imposibilitando la obtención del mentado tópico, imperdonable para el ingreso al mercado laboral.
Es lamentable, pero estamos inmersos en un modelo tendiente al estancamiento; una sociedad en que la mediocridad es requisito para la subsistencia. La ideología del "pituto", el contacto o la cuña son una triste muestra de que basta ser simpático para progresar. Ninguna otra cosa. En una sociedad mediocre, los genios no tienen cabida; cualquier intento por surgir se ve reprimido por una barata burocracia. Y a nuestras autoridades no parece preocuparles.
¿Qué queda entonces? Años de estudios en el tacho de la basura, que ni siquiera sirven para vender comida rápida. Sólo para ofrecer productos dietéticos milagrosos o telefonía móvil, y vivir de la comisión por la venta de una unidad. Esto, siempre y cuando, se haya alcanzado el mínimo exigido por la empresa contratante.
Muchos universitarios priorizan sus estudios, al tiempo que otros los combinan con trabajo. Gran esfuerzo para los segundos, que enfrentan sus años académicos con altos niveles de estrés y, por lo general, notas que no les satisfacen. Los primeros, en tanto, gozan de mejores calificaciones, por cuanto tienen el tiempo necesario para dedicar a cada cátedra; sin embargo, a la hora de buscar empleo, esto no sirve de nada: la requerida experiencia echa por tierra buenos rendimientos, años de inversiones y grandes talentos, imposibilitando la obtención del mentado tópico, imperdonable para el ingreso al mercado laboral.
Es lamentable, pero estamos inmersos en un modelo tendiente al estancamiento; una sociedad en que la mediocridad es requisito para la subsistencia. La ideología del "pituto", el contacto o la cuña son una triste muestra de que basta ser simpático para progresar. Ninguna otra cosa. En una sociedad mediocre, los genios no tienen cabida; cualquier intento por surgir se ve reprimido por una barata burocracia. Y a nuestras autoridades no parece preocuparles.
¿Qué queda entonces? Años de estudios en el tacho de la basura, que ni siquiera sirven para vender comida rápida. Sólo para ofrecer productos dietéticos milagrosos o telefonía móvil, y vivir de la comisión por la venta de una unidad. Esto, siempre y cuando, se haya alcanzado el mínimo exigido por la empresa contratante.
